John 5

El paralítico de la piscina

1Después de esto llegó una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén
1 s. Según admiten muchos (Lagrange, Joüon, Olivier, Pirot, etc.), el cap. 5 debe ponerse después del cap. 6. Una fiesta : (varios mss., quizás de antes de la inversión de los capítulos, dice la fiesta): la Pascual, de la cual en 6, 4 se dice que está próxima. Sería la segunda Pascua de Jesús en Jerusalén. Para la primera, cf. 2, 13 y 23; para la tercera y última, cf. 12, 1.
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2Hay en Jerusalén, junto a la (puerta) de las Ovejas una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. 3Allí estaban tendidos una cantidad de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban que el agua se agitase. [ 4Porque un ángel bajaba de tiempo en tiempo y agitaba el agua; y el primero que entraba después del movimiento del agua, quedaba sano de su mal, cualquiera que este fuese]
4. La mayoría de los exégetas niega autenticidad a este v., ausente de los mejores testigos griegos. Algunos desconocen también el final del v. 3 sobre la agitación del agua, si bien esta podría deberse a un carácter termal (Durand) u otra causa natural. El milagro singular aquí señalado sería único en la Biblia (Prat).
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5Y estaba allí un hombre, enfermo desde hacía treinta y ocho años. 6Jesús, viéndolo tendido y sabiendo que estaba enfermo hacía mucho tiempo, le dijo: “¿Quieres ser sanado?” 7El enfermo le respondió: “Señor, yo no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando el agua se agita; mientras yo voy, otro baja antes que yo”. 8Díjole Jesús: “Levántate, toma tu camilla y anda”. 9Al punto quedó sanado, tomó su camilla, y se puso a andar.

Discusión sobre el sábado

Ahora bien, aquel día era sábado:
10Dijeron, pues, los judíos al hombre curado: “Es sábado; no te es lícito llevar tu camilla”. 11Él les respondió: “El que me sanó, me dijo: Toma tu camilla y anda”. 12Le preguntaron: “¿Quién es el que te dijo: Toma tu camilla y anda?” 13El hombre sanado no lo sabía, porque Jesús se había retirado a causa del gentío que había en aquel lugar. 14Después de esto lo encontró Jesús en el Templo y le dijo: “Mira que ya estás sano; no peques más, para que no te suceda algo peor”
14. El caso parece distinto del de 9, 3. Cf. nota.
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15Fuese el hombre y dijo a los judíos que el que lo había sanado era Jesús. 16Por este motivo atacaban los judíos a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado. 17Él les respondió: “Mi Padre continúa obrando, y Yo obro también”
17. Continúa obrando: aun en sábado. Si Dios no obrase sin cesar, la creación volvería a la nada (Sal. 103, 29 y nota). Así también obra constantemente el Verbo, por quien el Padre lo hace todo (1, 3).
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18Con lo cual los judíos buscaban todavía más hacerlo morir, no solamente porque no observaba el sábado, sino porque llamaba a Dios su padre, igualándose de este modo a Dios.

Jesús se declara Hijo de Dios

19Entonces Jesús respondió y les dijo: “En verdad, en verdad, os digo, el Hijo no puede por Sí mismo hacer nada, sino lo que ve hacer al Padre; pero lo que Este hace, el Hijo lo hace igualmente. 20Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace; y le mostrará aún cosas más grandes que estas, para asombro vuestro. 21Como el Padre resucita a los muertos y les devuelve la vida, así también el Hijo devuelve la vida a quien quiere. 22Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo
22. A Jesús le corresponde ser juez de todos los hombres, también por derecho de conquista; porque nos redimió a todos con su propia Sangre (Hch. 10, 42; Rm. 14, 9; 2 Tm. 4, 8; 1 Pe. 4, 5 s.). Entretanto, Jesús nos dice aquí que ahora ni el Padre juzga a nadie ni Él tampoco (8, 15), pues no vino a juzgar sino a salvar (3, 17; 12, 47). Es el “año de la misericordia”, que precede al “día de la venganza” (Lc. 4, 19; Is. 61, 1 ss.).
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23a fin de que todos honren al Hijo como honran al Padre. Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo ha enviado. 24En verdad, en verdad, os digo: El que escucha mi palabra y cree a Aquel que me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio
24. Véase 6, 40 y nota. No viene a juicio: “Algunos de los buenos se salvarán y no serán juzgados, a saber: los pobres en espíritu, pues aun ellos juzgarán a los demás” (Catecismo Romano, Expos. del Símbolo según Santo Tomás, Art. VII, I). Cf. Mt. 19, 28; 1 Co. 6, 2 s. y nota.
, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
25En verdad, en verdad, os digo, vendrá el tiempo, y ya estamos en él, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y aquellos que la oyeren, revivirán
25. Cf. v. 28; 2 Tm. 4, 1 y nota.
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26Porque así como el Padre tiene la vida en Sí mismo, ha dado también al Hijo el tener la vida en Sí mismo. 27Le ha dado también el poder de juzgar, porque es Hijo del hombre. 28No os asombre esto, porque vendrá el tiempo en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29y saldrán los que hayan hecho el bien, para resurrección de vida; y los que hayan hecho el mal, para resurrección de juicio. 30Por Mí mismo Yo no puedo hacer nada. Juzgo según lo que oigo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió
30 ss. Continúa el pensamiento del v. 19. La justicia está en pensar, sentir y obrar como Dios quiere. Tal fue el sumo anhelo de Jesús, y así nos lo dice en 4, 34; 17, 4, etc.
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31Si Yo doy testimonio de Mí mismo, mi testimonio no es verdadero
31 ss. Vale la pena detenerse en comprender bien lo que sigue, pues en ello está toda la “apologética” del Evangelio, o sea los testimonios que invocó el mismo Jesucristo para probar la verdad de su misión. El “Otro” (v. 32) es el Padre.
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32Pero otro es el que da testimonio de Mí, y sé que el testimonio que da acerca de Mí es verdadero. 33Vosotros enviasteis legados a Juan, y él dio testimonio a la verdad
33. Este fue enviado (1, 6 ss.), como último profeta del Antiguo Testamento (Mt. 11, 13), para dar testimonio del Mesías a Israel (1, 15; 3, 26- 36; Mt. 3, 1 ss.; Mc. 1, 12 ss.; Lc. 3, 13 ss.).
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34Pero no es que de un hombre reciba Yo testimonio, sino que digo esto para vuestra salvación
34 ss. Con ser Juan tan privilegiado (Mt. 11, 11), el Señor quiere mostrarnos aquí que el Precursor no era sino un momentáneo reflejo de la luz (1, 8). Vemos aquí una vez más que no hemos de poner de un modo permanente nuestra admiración en hombre alguno ni someter el testimonio de Dios al de los hombres sino a la inversa (cf. Hch. 4, 19; 5, 29; 17, 11). Por donde se ve que es pobre argumento para Jesús el citar a muchos hombres célebres que hayan creído en Él. Porque si eso nos moviera, querría decir que atendíamos más a la autoridad de aquellos hombres que a los testimonios ofrecidos por el mismo Jesús. Cf. v. 36 ss. y notas.
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35Él era antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz. 36Pero el testimonio que Yo tengo es mayor que el de Juan, porque las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, y que precisamente Yo realizo, dan testimonio de Mí, que es el Padre quien me ha enviado
36 ss. He aquí el gran testimonio del Hijo: su propio Padre que lo envió y que lo acreditó de mil maneras. Vemos así cómo el Evangelio se defiende a sí mismo, pues en él hallamos las credenciales que el Padre nos ofrece sobre Jesús, con palabras que tienen virtud sobrenatural para dar la fe a toda alma que no la escuche con doblez. Véase 4, 48; 7, 17; Sal. 92, 5 y notas. Este pasaje condena todo esfuerzo teosófico. San Juan nos dice que nadie vio nunca a Dios, y que fue su Hijo quien lo dio a conocer (1, 18), de modo que en vano buscaría el hombre el trato con Dios si Él no hubiese tomado la iniciativa de darse a conocer al hombre mediante la Palabra revelada de sus profetas y de su propio Hijo. Véase 7, 17 y nota; Hb. 1, 1 ss.
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37El Padre que me envió, dio testimonio de Mí. Y vosotros ni habéis jamás oído su voz, ni visto su semblante, 38ni tampoco tenéis su palabra morando en vosotros, puesto que no creéis a quien Él envió. 39Escudriñad las Escrituras, ya que pensáis tener en ellas la vida eterna: son ellas las que dan testimonio de Mí
39. Véase v. 46. Con esto recomienda el Señor mismo, como otro testimonio, la lectura de los libros del Antiguo Testamento. Quien los rechaza no conoce las luces que nos dieron los Profetas sobre Cristo. “En el Antiguo Testamento está escondido el Nuevo, y en el Nuevo se manifiesta el Antiguo” (S. Agustín). “Los libros del Antiguo Testamento son palabra de Dios y parte orgánica de su revelación” (Pío XI).
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40¡y vosotros no queréis venir a Mí para tener vida! 41Gloria de los hombres no recibo
41. No recibo, esto es (como en el v. 34): no os digo esto porque tenga nada que ganar con vuestra adhesión, sino que os desenmascaro porque conozco bien vuestra hipocresía.
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42sino que os conozco (y sé) que no tenéis en vosotros el amor de Dios
42. No tenéis en vosotros el amor de Dios. Es decir, que, como observa S. Ireneo, el amor acerca a Dios más que la pretendida sabiduría y experiencia, las cuales son compatibles (como aquí vemos) con la blasfemia y la enemistad con Dios.
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43Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, ¡a ese lo recibiréis!
43. La historia rebosa de comprobaciones de esta dolorosa realidad. Los falsos profetas se anuncian a sí mismos y son admirados sin más credenciales que su propia suficiencia. Los discípulos de Jesús, que hablan en nombre de Él, son escuchados por pocos, como pocos fueron los que escucharon a Jesús, el enviado del Padre. Véase Mt. 7, 15 y nota. Suele verse aquí una profecía de la aceptación que tendrá el Anticristo como falso Mesías. Cf. Ap. 13.
44¿Cómo podéis vosotros creer, si admitís alabanza los unos de los otros, y la gloria que viene del único Dios no la buscáis?
44. Es impresionante la severidad con que Jesús niega aquí la fe de los que buscan gloria humana. Cf. 3, 30; Lc. 6, 26; Ga. 1, 10; Sal. 52, 6.
45No penséis que soy Yo quien os va a acusar delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quien habéis puesto vuestra esperanza. 46Si creyeseis a Moisés, me creeríais también a Mí, pues de Mí escribió Él
46 s. De Mí escribió él: “En cuanto al Salvador del género humano, nada existe sobre Él tan fecundo y tan expresivo como los textos que encontramos en toda la Biblia, y San Jerónimo tuvo razón de afirmar que ‘ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo’” (León XIII, Enc. “Providentissimus Deus”). Esta notable cita de San Jerónimo se encuentra repetida por Benedicto XV en la Encíclica “Spiritus Paraclitus” y también por Pío XII en la Encíclica “Divino Afflante Spiritu”. No podemos, pues, mirarla como una simple referencia literaria sino que hemos de meditar toda su gravedad. ¿Acaso pretendería alguien salvarse sin conocer al Salvador?” ¿Cómo creeréis a mis palabras? Argumento igual al del v. 44 y que se aplica con mayor razón aún a los que ignoran voluntariamente las propias palabras de Cristo. Cf. 12, 48 y nota.
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47Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?”
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